Tengo una gran fortuna. Que viene compensada por un gran infortunio.
Tengo la suerte de ser hábil realizando las tareas que se me encomiendan. Si me aplico; si trabajo duro; no acostumbro a tener dificultades para sacar cosas adelante. Trabajo, deportes, ocio, y parecidos. Aunque a veces no salga del todo bien; acostumbra a ser porque no me he aplicado. Pero incluso en esas situaciones, acostumbro a autoreconfortarme diciéndome que si me aplicara un poco mas, saldría bien. En general acostumbra a ser cierto; sin ánimo de presumir de mis cualidades.
Pero esto viene acompañado de un azote que no solo me castiga a mi; sino que podría decir comparto con mi hermano en gran medida; y en cierta medida con los dos. Y este no es otro que mi gran dificultad y ineptitud para escoger entre diferentes caminos. Las cosas que tengo claras; claras las tengo y en ellas trabajo duro (o lo intento) para sacarlas adelante. Pero cuando se presentan bifurcaciones, tiendo a dudar mucho mas de lo necesario; de lo recomendable, de lo bueno. Irónico, pues la carrera que he escogido depende en gran medida de el número de decisiones peliagudas acertadas que consiga sacar adelante. Pero mi carrera es también; en cierta parte, producto de mi incapacidad de decidirme por una en concreto. No lo duden: este problema es en considerable parte producto de una cierta cobardía.
Pero obviamente, y refiriéndome a lo que vengo dispuesto a hablar de; esto repercute muy negativamente en mis relaciones amorosas. Rodeado por intuiciones; corazonadas, reflexiones y conclusiones racionales, me veo bombardeado por posibles salidas; que aunque a veces apuntan claramente en una dirección, ésta siempre se ve vulnerada por el maldito y constante ¿Y si...? Harto estoy de plantearme esta pequeña interrogación. Impulsivo como soy en tantas cosas; ahí mi problema es que pienso demasiado las cosas. Incluso a veces se piensan que no las reflexiono, de lo callado que puedo llegar a estar; debido a que de tantas vueltas que le doy las conclusiones imposiblemente llegan a materializarse en explicaciones viables verbalmente.
Incluso cuando finalmente acabo tomando una decisión; el ¿Y si...? me sigue castigando posteriormente, mostrándome en imágenes o suposiciones de qué podría haber ocurrido por el otro camino. Por el otro camino, o por los otros 100; pues opciones hay mil y palabras aún mas. Incluso una vez tomado el camino adecuado; los fantasmas de los otros caminos no dejan de atormentarme, imposibilitándome el ser capaz de discernir si he hecho bien o no. Haya, o no, actuado correctamente, seguiré recordando que existió; hubo; estuvo presente, otra opción que hubiera llevado mi vida a otro universo posible.
Y los fantasmas de la otra vida me atormentan; me castigan. Me tientan con la suerte que podría; y podría no, haber tenido en la otra dimensión de mis pensamientos. Me tientan a arrepentirme. Me tientan a sentirme mal.
Y así, acabo viviendo los otros caminos, en mi mente, una y otra vez; recorriendo centenares de caminos a la vez; y aunque mi mente es capaz de recordarme “porqué” hice lo que hice; también me recuerda que hay otro mundo; que hubo otra dimensión; que existe un mundo paralelo; donde podría haber escogido la otra opción; y donde la otra opción podría haber sido la válida; y donde podría ser feliz sin preocuparme por ser, la opción que había escogido, la errónea.
Y en medio de este caos y castigo; no me queda mas que agarrarme al camino que por suerte o desdicha haya escogido; pues si empiezo a navegar perdido entre océanos de rutas de mi mente no podré volver a encontrar el camino de vuelta.
Pero siempre dicen, que los caminos siempre pueden volver a entrecruzarse; y siempre dicen que nada esta dicho; y que todo esta por decir; y que por suerte o por fortunas, quedan miles de decisiones por tomar.
Y habiendo escrito esto en 10 minutos; sin releerlo y sin repasar faltas ni ideas, aquí os entrego este torrente de explicación, que probablemente será la mejor excusa que os podré poner nunca a todos cuando os falle tomando decisiones.
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