La gente pasa tan rápido por delante de mis ojos que es imposible
ponerme a describirlos a todos y cada uno de ellos – haciendo la tarea de
reproducir la vida de una ciudad, de esta ciudad, de Londres, casi imposible.
Describir la ciudad se me antoja imposible. Por un lado, no
la conozco aún – y por el otro, tengo la sensación de que incluso si hubiera
estado viviendo aquí durante años tendría una tarea colosal y casi imposible a
la hora de ponerme a reducir la vida y espíritu de tamaña ciudad a una
colección de líneas escritas.
La verdad es, que a mucha gente se les llena la boca de
grandes palabras populares cuando intentan describir ciudades como esta:
“cosmopolita”, dicen – “moderna” – o internacional, o
cualesquiera que sea la palabra que prefieran utilizar en el momento de su
párrafo.
Miro otra vez a través de la ventana e intento ver esas
palabras – y sí, veo gente que vino de muchos sitios. Pero les miro a los ojos
y no creo que la definición – la mayor identificación que humildemente les
podemos otorgar sea la de que son diferentes a la persona que justo se cruzaron
de camino a su trabajo.
Al fin y al cabo, la mayor definición que le podríamos dar a
una ciudad sería la de su gente; pero no la de su origen – sino la de su
dirección. La de su ahora – la de su mañana, la que les hace caminar
ajetreadamente por la calle – la que les hace caminar agarrados de la mano, o
caminar simplemente, a tomar una copa, o a cenar, o a amar – o a donde sea – y
todos tendrán una historia, y con suerte un sueño si el frío y la lluvia no se
lo han quitado aún. Y ninguno contestará a la pregunta de quiénes son y qué
hacen allí con un "formo parte de una comunidad internacional"; y es que la ciudad forma
parte de cada uno de ellos y no al revés.
Eso no quiere decir que debamos olvidar sus orígenes. Y uno
de los que no debemos olvidar es el Español. En un restaurante de comida rápida
– o en una tienda de ropa – o en una tienda de móviles, o abriéndote la puerta
en un local; o repartiendo panfletos; o paseando a una persona mayor. De todas
partes y en todas partes, el balbuceo del mal inglés con acento castizo abunda
en los negocios, en los trabajos pequeños pero sacrificados – y no es su origen
que empapa y define el espíritu de la ciudad, sino la pregunta de “¿hacia dónde
van todos ellos?” –¿Qué hacen todos en esta fría e húmeda ciudad?
¿Aprender inglés? ¿Huir? ¿Intentar hacerse una vida? ¿Son
felices? ¿Cuánto tuvieron que sacrificar para simplemente poder tener un plato
de comida caliente ganado por su propia mano, vivir en un pequeño estudio –
siendo generosos con su definición, no llamándolo zulo – a 1 hora del centro de
la ciudad, y fabricarse su propia vida? ¿Qué harán cuando esto se acabe?
A mi parecer, no es la ciudad de la multiculturalidad – es
la ciudad de los sueños muertos de miles de personas que no tuvieron otra
alternativa más que huir a dónde les acogían cual mejicano en California.
No obstante, la ciudad tiene una gran parte glamurosa: rica, culta,
majestuosa, con caros taxis, restaurantes, grandes fortunas – pop culture, pop
music, pop icons, pop pop pop y pop, y gente fumando con americanas; viviendo el
Londres de las olimpiadas, el Londres del arte y la exuberante elegancia británica.
Y cuando el brit boy, músico Indie, pide una hamburguesa, quien le sirve es un Indio…
o un Español.
Esto, señores, es el fast food de la multiculturalidad.