lunes, 21 de septiembre de 2009

Côte d'Azur: Dia 3.



Día 3.
Una vez mas, nos despertamos resacosos y sin haber dormido mucho por culpa del check-out. No hay mucho a explicar de aquella mañana; simplemente seguimos un poco la rutina de ir a comprar desayuno; despejarnos un poco e ir a investigar en busca de playas por la costa. Decidimos, esta vez, investigar por la costa mas cercana a Montecarlo; con la intención inicial de acabar visitándolo ese mismo día. Horas mas tarde la fortuna nos negó la posibilidad; pero igualmente arrancamos en esa dirección intentando tener mas suerte con la búsqueda de playas; y sobretodo, con la búsqueda de aparcamiento.


Aunque no tuvimos tanta mala suerte como el otro día con el pueblo que os comenté fuimos a visitar; Theoule sur mer, tampoco nos dejó sorprendidos la playa en la que decidimos quedarnos. Podríamos quizá haber buscado durante mas tiempo, pero la verdad nuestros cuerpos estaban saturados de alcohol y cansancio y la prioridad en aquel momento era estirarse en la playa; aunque fuera de piedras pequeñas, y bañarnos para despejar un poco nuestras mentes. No obstante, la playa en sí no estaba del todo mal y el agua infinitamente mejor que la del pueblucho ese que fuimos a visitar.


Aunque Andreu había sido considerado hasta entonces como un simple y buen amigo; en aquel momento y durante una hora mas o menos se convirtió en una criatura divina venida de los paraísos celestiales cuando sacó de su bolsa de la compra del desayuno un melón. Ya sabíamos que lo había comprado; pero uno no se daba cuenta de la importancia de un objeto tan digno de mi devoción como lo era aquel jugoso y suculento melón. Partido a medias; pues por algún misterioso motivo ni Marta ni Oscar quisieron saborearlo, dulcificamos Andreu y yo nuestros paladares con ambrosía en forma casi líquida. La lástima es tener que decir que mas tarde profanaríamos el objeto de nuestras plegarias cuando, una vez terminado, nos pusiéramos la piel del melón por la cabeza en cortés símbolo de respeto a la religión judía y su tradicional kipá. Fue de hecho una divertida investigación sobre las múltiples y variadas funciones de la piel de un melón una vez acabado; pues nos sirvió de cuenco para tirarnos agua por la cabeza en forma de ducha, balón de rugby y el susodicho y práctico uso de sombrero.


Aunque, injustamente, le estoy regalando demasiadas líneas a una anécdota tan banal como es la del melón cuando realmente la que se merece toda la atención de la mañana es la que vino a continuación.


Se podría contar de muchas maneras; pero sin duda alguna la mas divertida es la que empieza desde el punto de vista de Óscar. Pues estaba él felizmente nadando solitariamente en el agua; mientras los otros tres tomábamos el sol plácidamente al lado del agua, cuando se vio inmerso en una gigante ola que él encontró mayor de lo que las olas habían sido anteriormente. Mucho mayor, de hecho. Tanto, que le causo felicidad y le hizo regocijarse alrededor de la ola, y jugar con ella, y girarse y mirarnos para tentarnos a que fuéramos a pasarnos-lo tan bien como el. Y así, el creyó, cuando el se giró ya me estaba yo anticipando a sus pensamientos pues el pensó me estaba alzando para dirigirme felizmente a disfrutar de tan apasionantes olas. Nada mas lejos de la verdad. Yo creo por aquel entonces ya debía parecer obvio, me había levantado porque veía lo que se avecinaba y corrí a poner a salvo, los siguientes objetos en orden de importancia:


1- Las llaves del coche.
2- Mi toalla
3- Yo.


Por algún motivo en ese momento olvidé completamente que yo normalmente camino por el mundo con zapatos; y los abandoné al acecho del mar, que no dudó en tragárselos segundos mas tarde. Vino Andreu corriendo a darme las gracias pues daba la casualidad que las llaves del coche las había guardado en su riñonera; y daba la casualidad que allí dentro se encontraban casi todos los móviles y objetos electrónicos del grupo. Así pues, por potra; y sin intención alguna, fui el héroe del momento evitando que lo que estaba siendo un viaje de puta madre se convirtiera en una mierda; como mínimo durante un día.


No obstante, mientras todo esto ocurría Oscar tardaba en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Pero, llegado a un momento, lo entendió todo. Aunque era un poco tarde. Salió disparado hacia la playa para poner él también sus cosas a salvo. Las olas con las que tan bien se lo estaba pasando decidieron que el no debía llegar y le metieron una ostia santo padre por toda la playa, que no estaba formada por arena fina exactamente. Señores guijarros se encontraban allí. Adolorido y entumecido el pobre, salió cojeando y quejándose sacando sus empapadas prendas de ropa y toalla mientras yo me acordaba con espanto de mis zapatos y los extraía hechos mierda del agua.


No se alarmen ustedes. No fue un tsunami. Pero si fue suficiente para cubrir casi totalmente la pequeña playa en la que nos encontrábamos; y obligarnos a quedarnos allí un buen rato secando toda nuestra ropa; y empezando a secar nuestras toallas pues esas sí no se secarían del todo hasta pasados algunos días. Problemas de no disfrutar de una habitación de hotel.


Una vez tuvimos toda nuestra ropa seca, decidimos ir a comer. Viendo la hora y el sitio donde nos encontramos, decidimos que lo mas fácil sería ir, una vez mas, al fast food mas cercano que viéramos. Por suerte, o por desgracia, Marta y Andreu recordaban haber visto un cartel de estos que indican la proximidad de un McDonalds; aunque en este caso no la indicaba de un McDo si no de un “Quick”, el sucedáneo basura del McDonalds en Francia. Eso era una ilusión óptica. Un miraje, como los del desierto. Ese cartel nunca existió. Nos guió la memoria estúpidamente hasta Nice otra vez; y el gps fue incapaz de recibir señal hasta bien entrados en la gran ciudad. Allí, ya nos era innecesario pues es evidente que ya nos conocíamos el emplazamiento de los fast foods de por allí. Pero ese no era el problema. El problema era que no existía una sola plaza de parking en toda la ciudad. Ni una. Media hora estuvimos buscando parking, media hora de fracasos, de nervios, de histerismo, de ganas de asesinar a todos los hijos de puta que veías aparcando por las aceras. Media hora que se alargó casi hasta la hora. Momento en el que decidimos abandonar la ciudad y ir a las afueras; a otro Quick. Tardamos mucho mas de lo que un ser humano debería gastar para encontrar uno de esos restaurantes. Pero lo hicimos igualmente. Salimos de la ciudad, nos metimos en la zona mas cutre y fea de la zona y encontramos un Quick. Debían ser ya casi las 4 de la tarde. Pero estábamos muertos de hambre. No importaba si el Quick ese era bueno o no, pensamos. El hambre lo compensaba todo.


Ese fue nuestro segundo, tercero, o quizás cuarto error del día. Por mucha hambre que uno tenga, nada puede camuflar lo asqueroso y vomitivo que es el Quick. Pan de hot dog barato; parmesano podrido y hamburguesa, esa sí, de carne de rata, formaban la hamburguesa mas vomitiva que he probado en mi vida. Por algún motivo, la campaña publicitaria de Quick se basaba en vender dos hamburguesas unidas por el centro; unidas por un pequeño trocito de pan. ¿Que sentido tenia hacer esa gilipollez si igualmente ibas a separarlas antes de comértela? Malditos franceses y sus ideas estúpidas.


Salimos medio cabreados, aunque saciados, de esa maldita ratonera. Pero no íbamos a dejar que el mal humor nos jodiera la tarde. Teníamos muchas ganas de fiesta, y no íbamos a dejar que una hamburguesa rancia nos truncara los planes. Ésa fue la noche que no dormimos en ningún hostal sino que acabamos durmiendo a medias entre la playa y el coche. Sabiendo que ese era nuestro destino, nuestro primer objetivo fue encontrar plaza de parking en la ciudad; en la maldita ciudad de Nice.


Llevo tiempo ya diciendo que fue un viaje marcado por la suerte. Una de ellas fue esa noche. Por pura casualidad; por puro azar encontramos parking en el sitio perfecto. Al lado de la zona de fiesta; al lado de la playa; en el medio de la ciudad. Fue en ese sitio donde montamos nuestro tenderete gitano. Con las toallas mojadas colgando del árbol; con los cubatas preparados y la música a tope, los lujosos coches de la ciudad pasaban por la calle mirándonos con escepticismo. Pero nos miraban con escepticismo pues sabían que nunca en su vida, por mucha pasta que tuvieran, podrían disfrutar de un momento como el que estábamos disfrutando.


Nuestra primera prioridad fue encontrar hielo, como cada noche. No fue difícil. Cualquier bar te daba un poco gratis. Y con ese hielo empezamos a preparar nuestros sagrados cubatas; los que nos iban a volver locos esa noche. No tardamos en andar en el puntillo. Entremedio pasaron muchas historias, mucha vida que realmente no se como contar en este blog. Y, viendo como la entrada se está alargando, voy a resumir hasta el punto en el que decidimos ya salir de fiesta. Como siempre, siendo un bebedor más rápido que los demás, les llevaba ventaja a todos los del grupo. Les instigué a ir corriendo a vivir la noche loca de la ciudad. No fue muy difícil convencerlos. Llegamos a una plaza desconocida. Unos chicos locales con pinta sospechosa nos ofrecieron comprar hash. Refusamos, por su dudoso aspecto y su muy posible colaboración con la policía. Decidimos entrar en un local cercano que no prometía mucho. Una vez dentro, descubrimos que las apariencias engañaban. Por primera vez en todo el viaje, encontramos un sitio con buena música comercial, ambiente de discoteca y fiesta en palabras mayores. Por fin nos encontrábamos en nuestra salsa; en la salsa española. Y no éramos los únicos; pues allí dentro concímos un grupo de españoles que se encontraban en la ciudad de erasmus. Aunque ligeramente infantiles, eran buena gente y compartimos con ellos buena parte de la noche. La música, bastante buena, nos nubló los sentimientos hasta que cerraron el local.


En ese momento, era hora de ir al local que en el anterior capítulo califiqué como after hours. Eran aproximadamente las dos y media; pero como ya dije, según el patrón francés era ya hora de ir al sitio donde los locales mataban la noche. Descubrimos que en el sitio donde fuimos (si su memoria no les falla, recordarán que se llamaba pompei), se encontraba el mismo DJ que en el local anterior; aunque en ese caso cantando y colaborando en un grupo de música que, aunque peor que el del grupo anterior en el bar irlandés, no lo hacían del todo mal. Pasamos allí la noche, bailando mas música y disfrutando de la noche como hacía tiempo que no lo hacíamos. Muchas historias, que mi mente no recuerda del todo, pasaron en ese local, muchos ligues de Óscar y Marta, que mi turbada mente distorsionan. Acabamos la noche una vez mas en la playa; bañándonos y disfrutando de la vida en forma líquida, en forma de fría y refrescante agua salada. Puesto que teníamos el coche al lado, no hubo pateada hasta nuestro hotel y pudimos alargar la noche hasta que nos encontráramos completamente exhaustos y no pudiéramos mas con nuestras almas. Una gran noche sin duda, que empezaría el próximo día de una manera curiosa.


Aunque eso, mis amigos, ya pertenece al próximo día.


Y aunque no haya contado en ese día la teoría de los páibons y móngols; no se preocupen... tarde o temprano caerá por su propio peso.


¡Hasta el próximo día; y disculpen el retraso!

martes, 15 de septiembre de 2009

Côte d'Azur: Dia 2.


Obligados por el temprano y hijo de puta check-out de los hoteles en general, nos levantamos, algunos aún con la sensación de ir borrachos, a las 11 de la mañana. Fue entonces cuando descubrimos dos divertidas melodías que nos acompañarían durante todo el viaje: la del despertador de Marta y la del despertador de Óscar. Inexplicablemente, en un viaje donde nos encontrábamos tan solo 3 personas, dos de ellas poseían móviles con NANAS PARA DORMIR puestas en modo despertador. Era mas o menos como despertarse con el “duermete niño, duermete ya”, aunque irónicamente el sistema funcionaba. Era totalmente ineficaz la primera vez (ni la oías); seguía siéndolo a la segunda (ya estabas despierto pero no te preocupaba), pero por allí alrededor de la quinta empezabas a tener ganas de levantarte, destrozar el móvil y a continuación asesinar a los propietarios de los malditos móviles.

Como afortunadamente nadie fue asesinado esa mañana (ni, creo recordar, ninguna de las siguientes), fuimos capaces de levantarnos, ducharnos, hacer las maletas, limpiar (un poquitín) la mierda de la habitación y arrancar el coche, para salir a la búsqueda de alguna playa de esas típicas que ves en los pósteres de las oficinas de turismo o agencias de viaje. Sí, efectivamente; todos habíamos olvidado el hecho de que nos encontrábamos en Francia, y no en las islas Maldivas. Así, con esa ilusión óptica en nuestras cabezas, empezamos a circular por la ciudad, intentando encontrar sin éxito la salida. Por azar, o mas bien dicho y sin tantas finuras; por pura potra, nos encontramos en la cima de un montecito situado en lo que creo sería la parte sur-este de la ciudad, desde donde pudimos observar toda la ciudad (considerablemente bonita, todo hay que decirlo), y la preciosa aunque masificada costa. Desde aquel punto, pusimos como prioridad encontrar un super o un paki para proveernos de desayuno: galletas príncipe, piezas de fruta, zumo de piña y algún otro producto aleatorio. Fue, de hecho, en el mismo lugar donde compramos nuestro frugal desayuno donde le preguntamos al dependiente a qué playa podíamos ir que estuviera bien alrededor de la zona. El hijo de puta; por estupidez, desconocimiento, o para putear, nos recomendó ir a la hasta entonces desconocida para nosotros “Theoule sur mer”. Pueblo también llamado, Theoule sobre mierda. Y no, no es una broma fácil. Después de media hora conduciendo hasta allí; y despues de otra media hora para conseguir aparcar, nos fijamos en el sitio en el que nos encontrábamos. A primera vista, tenia buena pinta: Una cala preciosa, sin estar exageradamente masificada, y sin grandes bloques de hormigón por medio. Incluso el agua parecía cristalina y se asemejaba a la de los pósteres comentados anteriormente. Y digo se asemejaba, porque esto es lo mejor que puedes decir de ella: que se “asemejaba” a aguas paradisíacas; porque de paradisíaca aquella agua tenia lo que Mónaco de pobre. Una vez en la playa, preparados para bañarnos, descubrimos que los quinientos yates que estaban estacionados en aquella cala, efectivamente funcionaban con gasolina o parecidos; y que efectivamente dicha gasolina o parecidos hacían que el agua fuera un divertido pozo de mierda.

Tomamos el sol, nos tranquilizamos y decidimos que lo mejor sería salir ya dirección Nice, parando a comer por el camino. Total, la ciudad solo estaba a unos 30 kilómetros y así llegaríamos a tiempo para preguntar en la oficina de turismo y enterarnos un poco mas de qué iba la ciudad. No es ni necesario decir que el sitio donde paramos a comer fue otra vez McDonalds... Creo recordar que con Óscar al volante, entramos en Nice y nos maravillamos con la avenida costera; avenida que mas tarde nos volvería a impresionar una vez fuera de noche. Ya empezamos a avistar el lujo de la costa; con los primeros hoteles y casinos de lujo y los primeros ferraris, aston martins y otros coches modestos paseando por la zona. Buscamos la oficina de turismo, encontramos otro hotel perfecto (aún mas barato, al lado de la estación y relativamente cerca de la zona de fiesta), y nos fuimos a bañar a la playa de la ciudad; playa que estaba sorprendentemente limpia, azul y bonita. Probablemente debido al hecho de que el puerto estaba bastante alejado del sitio. Disfrutamos del agua durante una media hora; y mientras tanto nos divertimos observando como un chico se iba “poniendo” nervioso por culpa de su novia, un páibon en toda regla, que ni se inmutaba y contemplaba como su pareja le decía a gritos silenciosos que necesitaba un polvo en aquel mismo momento. La chica, por pasividad o por comprensión de que se encontraban en medio de la playa, no encontró apropiado bajarle el bañador al chico y empezar a jugar así que el hombre siguió sudando la gota gorda y buscando posiciones imposibles para que sus vergüenzas quedaran disimuladas. Tarea nada fácil, todo hay que decirlo.

Así pues, media hora mas tarde fuimos a buscar el hotel, a instalarlos y a descansar mas o menos hasta que tuviéramos un poco de hambre y fuéramos a buscar a Andreu. Un poco cansado de pan bimbo y hamburguesas pútridas, decidí bajar a la calle a buscar a ver si encontraba una pizzeria barata cerca de nuestro hotel. Una vez abajo, justo en la calle de enfrente encontré una que cumplía los requisitos de cutre y tirada y hice señas a Marta y Oscar, que estaban en el balcón; (efectivamente, nuestra habitación tenía balcón) para que bajaran. Por motivos en un principio desconocidos, por dos pizzas que nos deberían haber costado 14 euros nos acabaron cobrando únicamente 10, hecho que nos dejó perturbados, hasta que mas tarde descubrimos que muy probablemente lo hicieron para que no nos enfadáramos con lo pésimas que eran las pizzas. Asi pues, saciados y preparados para empezar a beber, empezamos a darle a la botella, alertados como estábamos de que la fiesta allí empezaba muy pronto y que cuando fuéramos a buscar a Andreu, que llegaba a las 00:08 o algo así, ya debíamos que estar medio borrachos.

No lo conseguimos del todo, pero no pasó nada porque igualmente teníamos que esperar a que Andreu cogiera el ritmo. Afortunadamente lo cogió rápido, y todo el grupo se tonificó apropiadamente para la fiesta. Cerveza en mano empezamos a caminar en dirección a el barrio que se suponía debía estar animado. Hay que decir, que cuando llegamos al sitio el panorama era desolador: nadie por las calles; ningún local abierto y casi encontramos también las típicas plantas bola de las películas del oeste. Fue una ilusión óptica; pues al girar la esquina empezamos a encontrar gente; y a sociabilizar un poco antes de entrar en ningún local. Esto causó discrepancias en el grupo porque mientras todos queríamos ir a sociabilizar dentro de un bar con, creo recordar, un grupo de venezolanos o algo así, (en estos puntos del viaje es cuando mi memoria falla mas... ya pueden imaginarse porqué), Óscar quería ir a sociabilizar con una chavala que se paseaba por allí fuera con otro grupo de amigos; grupo de amigos sin amigas y donde todos los tíos parecían que fueran los novios de la pava esa viendo como la trataban. Visto el panorama, insistimos en entrar en ese sitio, Óscar cedió cabreado; con un poco de razón el pobre pues cuando ya nos decidimos ya era demasiado tarde y no pudimos entrar en el local.

Así que salimos disparados a atrapar el grupo de la chavala con el jersey de rayas; y llegamos al sitio donde tenían planeado ir. A estas alturas ya debían ser alrededor de las 2 o las 3; no estoy seguro; y como es normal allí, ya era demasiado tarde para que nos dejaran entrar también en este local. Mas tarde, en el día siguiente, descubriríamos que ese local donde intentamos entrar (Pompei o algo así), era considerado el “after hours” del lugar y sería el sitio donde básicamente acabaríamos todas las noches de Nice antes de ir a bañarnos a la playa. Así pues seguimos deambulando hasta encontrar un pub irlandés, (benditos pubs irlandeses), con música (buenísima) en directo; tocando The Police y parecidos, con billares; con white russians, con cerveza, con páibons y con frikis de los que reírse. ¿Que mas puede pedir un hombre de un bar? Quizás una cosa mas. Y por suerte, se encuentra en todos los pubs irlandeses: ¡¡Guiness!! Matamos la noche allí, en medio de risas, historias que no recuerdo y bastante alcohol y nos dirigimos ya para cerrarla del todo a la playa; donde hicimos quizá el mejor baño nocturno de todas nuestras vidas. Quizás por la temperatura; o quizás porque íbamos en el punto perfecto de borrachera, o dios sabe bien porqué; pero fue perfecto.

Después de esto, ya no quedaba nada mas que hacer aquella noche. Lo último que recuerdo del camino de vuelta al hotel fue a mi y a Andreu llamando a Oriol; aproximadamente a las 5-6 de la madrugada, para que nos confirmara si en el dibujo de la tapa de “Asterix i els Normands” salían Asterix y Obelix comiendo un queso dentro de una caja fuerte. Yo insistía que éste dibujo pertenecía a Asterix a Bèlgica, pero Andreu se negó a darme la razón y tuvimos que contrastar hipótesis con una tercera persona neutra. Aunque resulta que a la tercera persona neutra no le hizo mucha gracia que la despertaramos a unas horas tan intempestivas y se negó rotundamente a darnos una respuesta. Muy decepcionante.
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Y en el día 3, empezarán a surgir las grandes teorías del viaje, como la de los páibons y móngols... No os prometo que la acabe mañana porque me estoy dando cuenta que estas historias lleva su tiempo recordarlas y escribirlas, pero si prometo colgarla pronto ^^.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Côte d'Azur: Dia 1.



Teniendo tantas cosas sobre las que hablar de este viaje; lo mas complicado aparece a la hora de empezar. ¿Con que anécdota empiezo? ¿Como hago que se vivan de la misma manera que las vivimos nosotros entre lágrimas de risa? Es imposible. A vosotros, palabras tan simples como “carbonara” o “Quick” no os hacen venir nada a la cabeza. Mi objetivo, en general, es que al final de este texto también o hagan gracia cuando las escuchéis. Así pues, no hay manera mas fácil que pasar por encima de nuestro viaje en forma de diario; en forma de ir viendo lo que fuimos haciendo poco a poco. Prepárense; ¡es hora de escribir a lo Jack Kerouak!



Día 1.



Como todo en el mundo, la cosa empieza tranquila, emocionante, y con un poco de sueño por salir tempranito por la mañana. Maletas cargadas, con nuestro (único) CD de música puesto y el depósito lleno de gasoil (y no gasolina, esta vez), Oscar y yo empezamos nuestro viaje yendo a buscar a Marta a un pueblo que nuestro GPS o ignora que existe, o imagina de una manera completamente diferente a la que es. Después de deducir que nuestro simpatiquito amigo electrónico se ha vuelto imbécil, encontramos por casualidad la calle de su casa y esperamos pacientemente a que cargue una bolsa de esas que supuestamente mantienen los alimentos frescos (hecho que pondremos a prueba durante el viaje) con fruta. Una vez preparados, arrancamos, compramos alcohol y tabaco (avisados por la intuición de que es muy probable que en Francia sea absurdamente caro) y empezamos el largo viaje hasta la versión multimillonaria francesa de la costa brava.



En un viaje que estará marcado por la buena suerte, las cosas no empiezan de tal manera. Llegados a la frontera, salta un comentario aleatorio entre el grupo... “¿Hoy no será operación retorno de los franceses de la costa española a su casita no?” No, que va. De los franceses no. De los franceses, italianos, rusos, polacos, holandeses y hasta Chinos debía haber en la maldita autopista. Los pintorescos personajes de los coches a nuestro alrededor nos entretuvieron durante quizás la primera hora, pero pronto se volvieron monótonos. Cabe, no obstante, destacar algunos de los que vimos, como el Heavy con camisa de tirantes, músculos de gimnasia, calvo y con barba larga (es decir, el estereotipo) conduciendo un coche familiar con dos niños la mar de normales y una mujer florero a su lado.



Un viaje que iba a durar unas siete horas aproximadamente se convirtió en aproximadamente una odisea de 12 horas. Para recargar fuerzas, paramos a comer en el que se convertiría en nuestro restaurante-buque insignia: chez messieur Mc'Donalds. Oscar, muy sorprendido (o muy hambriento) nos hizo notar que era el Mc'Donalds mas guapo que había visto en su vida. Ante nuestras miradas escépticas, intentamos deducir qué era exactamente lo que le otorgaba un título tan rimbombante. Ninguno de nosotros encontró el motivo, aunque felizmente le dimos la razón para que el pobre estuviera satisfecho. Informamos a Andreu de lo excitados que estábamos por el viaje via facebook con el móvil y arrancamos, escuchando super emocionados canciones que mas tarde odiaríamos por haberlas escuchado 100 veces cada una. Hay que decir también que le tocó conducir durante unas cuantas horas a Oscar, pues no soporto conducir después de comer; y menos si es bazofia como la del McDonalds. De hecho, segundos después de comerme la hamburguesa juré a dios (y lo puse por testigo) que nunca mas volvería a comer del McDonalds y que si hacia falta, antes pasaría hambre. Sería el primero de aproximadamente 20 juramentos idénticos que hice a lo largo del viaje: todos fallidos.



Llegamos unas muchas horas mas tarde a Cannes. Cerramos el GPS, pues ya no nos servía, y entré conduciendo escogiendo calles “a la babalá” para ver hacia donde nos llevaba el coche. Ahí entro nuestra suerte en juego, pues de manera bastante absurda la primera calle que cogí nos llevó directamente hasta la estación de tren; lugar donde se reunían todos los hostales y hoteles baratos; lugar a 10 minutos del puerto y la costa y a 10 minutos de la zona de fiestas. Increíblemente, encontramos aparcamiento en la única plaza delante del hotel mas barato y ruinoso que había en la ciudad. Subimos para alquilar una habitación; y siguiendo al pobre encargado (hombre necesitado con urgencia de una ducha / baño / desodorante / camisa nueva) nos mostró la habitación. Dos camas de matrimonio, baño, mesita de noche, ventana, televisión.... y... ¡AIRE ACONDICIONADO!. El tugurio mas cutre de la ciudad y tenía aire acondicionado de calidad y que funcionaba. Increíble.



Nos duchamos, aseamos, preparamos, comimos algo (donde algo puede substituirse por pam bimbo con fuet y fruta podrida de marta, o kebab de un paki que se encontraba justo debajo nuestro hotel) y salimos Oscar y yo a comprar hielo para las bebidas. Fue entonces cuando descubrimos que el concepto “hielo para las bebidas” en francia no existe como tal en los supermercados; hecho que nos obligó a tener que entrar en un Pub irlandés para pedir un poco de hielo “por favor”. Una vez mas, y contra todo pronóstico, nos lo dieron felizmente, y gratis, y pudimos empezar a beber y a emocionarnos por el hecho de que nos encontráramos en Cannes. No obstante, nosotros, que seguíamos viviendo en horario español, no nos dimos cuenta que ya pasaban de las doce y que allí en Francia la fiesta estaba ya en su punto álgido, cuando nosotros aún estábamos empezando a calentar motores.



Salimos, demasiado tarde quizás para el sistema gabacho, y empezamos a buscar la fiesta alrededor de la ciudad. Una vez mas, y por casualidad, conseguimos llegar hasta el sitio que a primera vista parecía el mas guapo de toda la ciudad. No importó mucho, porque al llegar tan tarde, el sitio ya estaba a reventar y solo dejaban entrar a los conocidos o gente que estaba por lista. Fuimos, pues, a buscar fiesta por calles circundantes, y aunque la encontramos, la abandonamos rápidamente para hacer un breve regreso a nuestro apartamento y beber un poco mas: aquella iba a ser una noche larga y todos íbamos a necesitar un poco mas de alcohol.



Me gustaría tener muchas anécdotas que explicar de aquella noche; pero de entre todas fue quizás la mas común. Hablamos con un montón de gente desconocida por la calle, entramos en un montón de bares y pequeños bares-discoteca y en general empezamos a entrar en comunión con la fiesta francesa. Sin muchas locuras, y después de pasar por un bar donde había un barman practicando con una botella de plástico de una manera bastante habilidosa, nos dirigimos de vuelta al mega-lugar del principio a probar suerte. Después de volver a fracasar, Marta volvió de manera sabia al hotel a dormir, mientras Oscar y yo mirábamos que podíamos hacer. Después de intentar colarme, insultarme con unas chicas que había allí al lado, y decirle “listillo” a un chavalín medio gilipollas de la puerta, decidimos que había llegado la hora y volvimos Oscar y yo al hotel. Óbviamente despertamos a Marta; borrachos como íbamos; y óbviamente le contamos que se acababa de perder la mejor fiesta de nuestras vidas. Óbviamente no nos creyó, nos insultó, y nos instó a dormirnos. Óbviamente la ignoramos y seguimos tocándole los cojones durante unos 10 minutos, momento en el cual la cosa perdió la gracia y el sueño se apoderó de nuestras turbias y alcoholizadas mentes.



¡Mañana, el segundo día!