lunes, 21 de septiembre de 2009

Côte d'Azur: Dia 3.



Día 3.
Una vez mas, nos despertamos resacosos y sin haber dormido mucho por culpa del check-out. No hay mucho a explicar de aquella mañana; simplemente seguimos un poco la rutina de ir a comprar desayuno; despejarnos un poco e ir a investigar en busca de playas por la costa. Decidimos, esta vez, investigar por la costa mas cercana a Montecarlo; con la intención inicial de acabar visitándolo ese mismo día. Horas mas tarde la fortuna nos negó la posibilidad; pero igualmente arrancamos en esa dirección intentando tener mas suerte con la búsqueda de playas; y sobretodo, con la búsqueda de aparcamiento.


Aunque no tuvimos tanta mala suerte como el otro día con el pueblo que os comenté fuimos a visitar; Theoule sur mer, tampoco nos dejó sorprendidos la playa en la que decidimos quedarnos. Podríamos quizá haber buscado durante mas tiempo, pero la verdad nuestros cuerpos estaban saturados de alcohol y cansancio y la prioridad en aquel momento era estirarse en la playa; aunque fuera de piedras pequeñas, y bañarnos para despejar un poco nuestras mentes. No obstante, la playa en sí no estaba del todo mal y el agua infinitamente mejor que la del pueblucho ese que fuimos a visitar.


Aunque Andreu había sido considerado hasta entonces como un simple y buen amigo; en aquel momento y durante una hora mas o menos se convirtió en una criatura divina venida de los paraísos celestiales cuando sacó de su bolsa de la compra del desayuno un melón. Ya sabíamos que lo había comprado; pero uno no se daba cuenta de la importancia de un objeto tan digno de mi devoción como lo era aquel jugoso y suculento melón. Partido a medias; pues por algún misterioso motivo ni Marta ni Oscar quisieron saborearlo, dulcificamos Andreu y yo nuestros paladares con ambrosía en forma casi líquida. La lástima es tener que decir que mas tarde profanaríamos el objeto de nuestras plegarias cuando, una vez terminado, nos pusiéramos la piel del melón por la cabeza en cortés símbolo de respeto a la religión judía y su tradicional kipá. Fue de hecho una divertida investigación sobre las múltiples y variadas funciones de la piel de un melón una vez acabado; pues nos sirvió de cuenco para tirarnos agua por la cabeza en forma de ducha, balón de rugby y el susodicho y práctico uso de sombrero.


Aunque, injustamente, le estoy regalando demasiadas líneas a una anécdota tan banal como es la del melón cuando realmente la que se merece toda la atención de la mañana es la que vino a continuación.


Se podría contar de muchas maneras; pero sin duda alguna la mas divertida es la que empieza desde el punto de vista de Óscar. Pues estaba él felizmente nadando solitariamente en el agua; mientras los otros tres tomábamos el sol plácidamente al lado del agua, cuando se vio inmerso en una gigante ola que él encontró mayor de lo que las olas habían sido anteriormente. Mucho mayor, de hecho. Tanto, que le causo felicidad y le hizo regocijarse alrededor de la ola, y jugar con ella, y girarse y mirarnos para tentarnos a que fuéramos a pasarnos-lo tan bien como el. Y así, el creyó, cuando el se giró ya me estaba yo anticipando a sus pensamientos pues el pensó me estaba alzando para dirigirme felizmente a disfrutar de tan apasionantes olas. Nada mas lejos de la verdad. Yo creo por aquel entonces ya debía parecer obvio, me había levantado porque veía lo que se avecinaba y corrí a poner a salvo, los siguientes objetos en orden de importancia:


1- Las llaves del coche.
2- Mi toalla
3- Yo.


Por algún motivo en ese momento olvidé completamente que yo normalmente camino por el mundo con zapatos; y los abandoné al acecho del mar, que no dudó en tragárselos segundos mas tarde. Vino Andreu corriendo a darme las gracias pues daba la casualidad que las llaves del coche las había guardado en su riñonera; y daba la casualidad que allí dentro se encontraban casi todos los móviles y objetos electrónicos del grupo. Así pues, por potra; y sin intención alguna, fui el héroe del momento evitando que lo que estaba siendo un viaje de puta madre se convirtiera en una mierda; como mínimo durante un día.


No obstante, mientras todo esto ocurría Oscar tardaba en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Pero, llegado a un momento, lo entendió todo. Aunque era un poco tarde. Salió disparado hacia la playa para poner él también sus cosas a salvo. Las olas con las que tan bien se lo estaba pasando decidieron que el no debía llegar y le metieron una ostia santo padre por toda la playa, que no estaba formada por arena fina exactamente. Señores guijarros se encontraban allí. Adolorido y entumecido el pobre, salió cojeando y quejándose sacando sus empapadas prendas de ropa y toalla mientras yo me acordaba con espanto de mis zapatos y los extraía hechos mierda del agua.


No se alarmen ustedes. No fue un tsunami. Pero si fue suficiente para cubrir casi totalmente la pequeña playa en la que nos encontrábamos; y obligarnos a quedarnos allí un buen rato secando toda nuestra ropa; y empezando a secar nuestras toallas pues esas sí no se secarían del todo hasta pasados algunos días. Problemas de no disfrutar de una habitación de hotel.


Una vez tuvimos toda nuestra ropa seca, decidimos ir a comer. Viendo la hora y el sitio donde nos encontramos, decidimos que lo mas fácil sería ir, una vez mas, al fast food mas cercano que viéramos. Por suerte, o por desgracia, Marta y Andreu recordaban haber visto un cartel de estos que indican la proximidad de un McDonalds; aunque en este caso no la indicaba de un McDo si no de un “Quick”, el sucedáneo basura del McDonalds en Francia. Eso era una ilusión óptica. Un miraje, como los del desierto. Ese cartel nunca existió. Nos guió la memoria estúpidamente hasta Nice otra vez; y el gps fue incapaz de recibir señal hasta bien entrados en la gran ciudad. Allí, ya nos era innecesario pues es evidente que ya nos conocíamos el emplazamiento de los fast foods de por allí. Pero ese no era el problema. El problema era que no existía una sola plaza de parking en toda la ciudad. Ni una. Media hora estuvimos buscando parking, media hora de fracasos, de nervios, de histerismo, de ganas de asesinar a todos los hijos de puta que veías aparcando por las aceras. Media hora que se alargó casi hasta la hora. Momento en el que decidimos abandonar la ciudad y ir a las afueras; a otro Quick. Tardamos mucho mas de lo que un ser humano debería gastar para encontrar uno de esos restaurantes. Pero lo hicimos igualmente. Salimos de la ciudad, nos metimos en la zona mas cutre y fea de la zona y encontramos un Quick. Debían ser ya casi las 4 de la tarde. Pero estábamos muertos de hambre. No importaba si el Quick ese era bueno o no, pensamos. El hambre lo compensaba todo.


Ese fue nuestro segundo, tercero, o quizás cuarto error del día. Por mucha hambre que uno tenga, nada puede camuflar lo asqueroso y vomitivo que es el Quick. Pan de hot dog barato; parmesano podrido y hamburguesa, esa sí, de carne de rata, formaban la hamburguesa mas vomitiva que he probado en mi vida. Por algún motivo, la campaña publicitaria de Quick se basaba en vender dos hamburguesas unidas por el centro; unidas por un pequeño trocito de pan. ¿Que sentido tenia hacer esa gilipollez si igualmente ibas a separarlas antes de comértela? Malditos franceses y sus ideas estúpidas.


Salimos medio cabreados, aunque saciados, de esa maldita ratonera. Pero no íbamos a dejar que el mal humor nos jodiera la tarde. Teníamos muchas ganas de fiesta, y no íbamos a dejar que una hamburguesa rancia nos truncara los planes. Ésa fue la noche que no dormimos en ningún hostal sino que acabamos durmiendo a medias entre la playa y el coche. Sabiendo que ese era nuestro destino, nuestro primer objetivo fue encontrar plaza de parking en la ciudad; en la maldita ciudad de Nice.


Llevo tiempo ya diciendo que fue un viaje marcado por la suerte. Una de ellas fue esa noche. Por pura casualidad; por puro azar encontramos parking en el sitio perfecto. Al lado de la zona de fiesta; al lado de la playa; en el medio de la ciudad. Fue en ese sitio donde montamos nuestro tenderete gitano. Con las toallas mojadas colgando del árbol; con los cubatas preparados y la música a tope, los lujosos coches de la ciudad pasaban por la calle mirándonos con escepticismo. Pero nos miraban con escepticismo pues sabían que nunca en su vida, por mucha pasta que tuvieran, podrían disfrutar de un momento como el que estábamos disfrutando.


Nuestra primera prioridad fue encontrar hielo, como cada noche. No fue difícil. Cualquier bar te daba un poco gratis. Y con ese hielo empezamos a preparar nuestros sagrados cubatas; los que nos iban a volver locos esa noche. No tardamos en andar en el puntillo. Entremedio pasaron muchas historias, mucha vida que realmente no se como contar en este blog. Y, viendo como la entrada se está alargando, voy a resumir hasta el punto en el que decidimos ya salir de fiesta. Como siempre, siendo un bebedor más rápido que los demás, les llevaba ventaja a todos los del grupo. Les instigué a ir corriendo a vivir la noche loca de la ciudad. No fue muy difícil convencerlos. Llegamos a una plaza desconocida. Unos chicos locales con pinta sospechosa nos ofrecieron comprar hash. Refusamos, por su dudoso aspecto y su muy posible colaboración con la policía. Decidimos entrar en un local cercano que no prometía mucho. Una vez dentro, descubrimos que las apariencias engañaban. Por primera vez en todo el viaje, encontramos un sitio con buena música comercial, ambiente de discoteca y fiesta en palabras mayores. Por fin nos encontrábamos en nuestra salsa; en la salsa española. Y no éramos los únicos; pues allí dentro concímos un grupo de españoles que se encontraban en la ciudad de erasmus. Aunque ligeramente infantiles, eran buena gente y compartimos con ellos buena parte de la noche. La música, bastante buena, nos nubló los sentimientos hasta que cerraron el local.


En ese momento, era hora de ir al local que en el anterior capítulo califiqué como after hours. Eran aproximadamente las dos y media; pero como ya dije, según el patrón francés era ya hora de ir al sitio donde los locales mataban la noche. Descubrimos que en el sitio donde fuimos (si su memoria no les falla, recordarán que se llamaba pompei), se encontraba el mismo DJ que en el local anterior; aunque en ese caso cantando y colaborando en un grupo de música que, aunque peor que el del grupo anterior en el bar irlandés, no lo hacían del todo mal. Pasamos allí la noche, bailando mas música y disfrutando de la noche como hacía tiempo que no lo hacíamos. Muchas historias, que mi mente no recuerda del todo, pasaron en ese local, muchos ligues de Óscar y Marta, que mi turbada mente distorsionan. Acabamos la noche una vez mas en la playa; bañándonos y disfrutando de la vida en forma líquida, en forma de fría y refrescante agua salada. Puesto que teníamos el coche al lado, no hubo pateada hasta nuestro hotel y pudimos alargar la noche hasta que nos encontráramos completamente exhaustos y no pudiéramos mas con nuestras almas. Una gran noche sin duda, que empezaría el próximo día de una manera curiosa.


Aunque eso, mis amigos, ya pertenece al próximo día.


Y aunque no haya contado en ese día la teoría de los páibons y móngols; no se preocupen... tarde o temprano caerá por su propio peso.


¡Hasta el próximo día; y disculpen el retraso!

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